miércoles, 28 de enero de 2015

El Señor de la Humildad y Paciencia

El principio es la Fe. Y de la Fe brota la devoción a Nuestro Señor de la Humildad y Paciencia. Y la firme voluntad de rendirle culto y procesionarle por las calles de Puente Genil. La sencillez se abarroca y surge nuestra Semana Santa. Y hasta ella una sucesión de hechos, actos, acuerdos y conmemoraciones, siempre guiados por el espíritu manantero. El pueblo se sociabiliza en asociaciones, grupos, hermandades y cofradías, dando fundamento a la más rica y profunda de nuestras tradiciones. Entre ellas la Cofradía de Nuestro Señor de la Humildad y Paciencia, “El Humilde”, que nos inspira su Amor y el apasionamiento ilusionado por todo lo que le rodea. Amor fraternal, cofrade, cristiano. Amor a nuestras tradiciones, a nuestro pueblo, a nuestro entorno. Amor apasionado en la composición musical de tan características marchas procesionales. Inspiración del espíritu para los sentidos poemas y cánticos brindados a Nuestro Señor celebrando su Amor y Humildad. Ilusión en la bella ordenación de su “paso”. Preocupación y trabajo en el mantenimiento del templo que le cobija. Amor creativo en la construcción de su Casa de Hermandad. Respeto histórico y arquitectónico por el espacio que le circunda. Amor cuidadoso y mimo artístico en la delicada e importante restauración de su bendita imagen... “El Humilde” es la sinergia que rige nuestras actuaciones, el que nos asocia y nos impulsa para el cumplimiento de nuestro destino, el que nos inunda de la energía suficiente para alcanzar nuestras aspiraciones.

Todas las etapas de la actividad cofradiera previas a la Semana Santa se iban cumpliendo en el modo y en el tiempo convenientes; las fechas más señaladas para la Cofradía eran llegadas y celebradas según es costumbre entre nosotros: los cultos cuaresmales resultaron plenos de devoción y solemnidad, el Cabildo correspondiente fue unánime en sus buenos proyectos, el desayuno de la gran familia cofrade se disfrutó en acto de feliz convivencia, la anual comida de la cofradía transcurrió entre los clásicos brindis, bellos y breves discursos, cánticos celestiales, vibrantes saetas, culminando con las acertadas , sinceras, emotivas e ilusionadas palabras del Hermano Mayor, con las que nos identificamos todos los cofrades. A falta de los últimos detalles, todo estaba dispuesto para un Miércoles Santo glorioso. Al solemne besa pies al Señor en el Lunes Santo le sigue la entronización de la bendita imagen en la Casa de Hermandad. Durante la Comida de Hermandad antes de la procesión los bastoneros hacían votos para que, entregados en cuerpo y alma, el Señor fuese procesionado por las calles pontanas en olor de multitudes, para entregarle todo el Amor que Él les entregó. ¡Honor y Gloria al Señor de la Humildad!

Al compás de la iglesia del antiguo hospital, ante la Casa de Hermandad, acuden los cofrades, los hermanos, los expectantes pontanenses. Las túnicas granate y blancas se apiñan ante la verja, bajo el árbol de la pimienta, ocupando densamente el patio. Suena la campanita... los bastoneros escuchan las palabras de ánimo que les dirige su capataz. Este año el Hermano Mayor es uno de ellos, el ayudante del capataz. Los abrazos son emotivos en un ambiente especial. Las miradas otean temerosas la sierra de Estepa; hacía un rato llovía en Sevilla. Este Miércoles Santo no habíamos recibido el telegrama desde Madrid que nos garantizaba bonanza climatológica, y temíamos la amenaza de agua abundante, aunque la Cofradía del Señor de la Humildad se siente más afortunada que otras cofradías de la Semana Santa de Puente Genil, pues en los últimos cuarenta y cinco años no habíamos sufrido serios problemas de lluvia en las procesiones, quizás por aquello que “El Humilde” no lleva más túnica que su piel con sus heridas y necesita más cuidado y protección en su exposición callejera.

En su momento y con un rotundo y sonoro ¡Viva “El Humilde”!, el Señor, saliendo de su Casa de Hermandad, aparece en el patio del convento y se experimenta la misma sensación de años anteriores: “He ahí la Luz, el patio recoleto y el cielo infinito. Y el señor de la Humildad en el centro del espacio mágico. El trono majestuoso, la escultura del Señor de escalofriante belleza. Su atracción es irresistible. La admiración aflora en todos los ojos y por todos sus lados buscamos un algo indescriptible, que llega a transformar la contemplación superficial de una maravillosa obra de arte en un sentimiento profundo de fe inspirado en la dulzura de “El Humilde”, que parece también contemplarnos a nosotros”. El alma se encoge ante la impactante belleza de Nuestro Señor, ante la trascendencia de la imagen que le representa, asumiendo la Humildad y Paciencia que “El Humilde” nos comunica.

Se inicia la procesión y entre la cera de los cirios hermanos, los cofrades y los grupos de alumbrado “El Silencio”, “El Pez” y “El Cirio” con “El Humilde” avanzan. Parecía que la procesión iba más rápida que otros años, deseosos de cumplir puntualmente el horario para el nuevo itinerario establecido y animados por las marchas procesionales –“Enriquetilla”, “La Maga”, el Miserere...- perfectamente adaptadas a nuestra geografía urbana. Al llegar a la Veracruz el cielo se había oscurecido (... si los del Humilde pudieran...). No nos dio tiempo de dar la vuelta al paseo del Romeral. Culminada la calle Aguilar llega con fuerza la temida lluvia. Rápidamente surgen los plásticos guardados bajo las andas y cubren ligera y cuidadosamente la imagen de Nuestro Señor y su trono; con igual decisión y acierto el Cofrade Mayor, el Hermano Mayor y el Capataz deciden regresar al Señor por la misma calle que habíamos subido. El redoble del tambor marca el paso rápido de los bastoneros, el viento ondea los plásticos y la lluvia moja los claveles que besan los pies del Humilde. Nuestra ilusión ha sufrido un duro revés, la dicha se ha tornado en tristeza y la procesión del Señor de la Humildad va al encuentro de la Virgen de la Amargura, ya resguardada en el patio de la iglesia del Convento. A mitad del retorno una breve parada para recolocar los impermeables y dar un respiro a los angustiados corazones de los hermanos bastoneros. Ya no importaba que se mojaran las túnicas, lo único que deseábamos era estar más cerca del Señor para acompañarle fervorosamente en el último tramo de la accidentada procesión hasta cobijarle en la Casa de Hermandad. 

Allí se liberaron las emociones y aparecieron los cánticos más encendidos, las saetas más hirientes, los vivas más sentidos, las expresiones más espontáneas, las lágrimas incontenibles, la cofradía más unida. Allí fue el abrazo fraternal del Hermano Mayor y su Ayudante, un relevo desajustado por las circunstancias desfavorables, entristecido por lo no deseado, más emotivo que otras ocasiones. Y todo bajo un denominador común: el amor inspirado por Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia. “Cantemos tu Gloria...” Aquella noche pensé que si la imagen de “El Humilde” es el símbolo de la Divinidad de Nuestro Señor, nuestra asistencia ante su imagen en aquel patio de luces y sombras y suelo charolado por la lluvia fue la concreción perfecta de la religiosidad manantera, del alma pontana. Aquella noche y en aquellas circunstancias tuvimos la experiencia distinta de vivir recatadamente la noche del Miércoles Santo, más próximos al Señor, más llenos de Humildad, mientras el río y los nuevos luceros vivían su sueño de plata. Aquella noche concluí que nuestra devoción y nuestras ilusiones nunca serían quebrantadas por la lluvia (tan necesaria a veces) ni otras adversidades.